Reproducimos aqui un texto que vale la pena tomarse el tiempo de leer, especialmente para aquellos/as interesados/as en desentrañar el porqué de la hegemonía del posmodernismo en la academia:
POSTMODERNISMO Y NEOLIBERALISMO:
LA CLONACIÓN IDEOLÓGICA DEL CAPITALISMO CONTEMPORANEO**
escrito por: Renán Vega C.*
lo encontramos en publicacion: FOLIOS, segunda época, no. 7. DCS, Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Humanidades, UPN, Universidad Pedagógica Nacional: Colombia. segundo semestre. 1997
http://www.pedagogica.edu.co/w3/storage/folios/articulos/fol07_07art.pdf
Y dice así:
En la actualidad ha cobrado importancia la palabra clonación en razón del
surgimiento de la industria de la reproducción de copias animales idénticas y de la
terrible perspectiva de que ese engendro de la ciencia y la tecnología sea aplicado a
la sociedad humana. Pero a nivel ideológico, el capitalismo desde hace algún
tiempo ya había iniciado una forma particular de donación al reproducir dos
gemelos, hermanados precisamente por su apología del capital y de la explotación y
el rechazo a todo pensamiento emancipador:
esos clones ideológicos se denominan postmodemismo y neoliberalismo. A ellos se
refiere este artículo, que se ocupa de señalar los nexos de estos siameses ideológicos
en su crítica a Marx y al marxismo.
1. El clon ideológico postmoderno
Hoy muchos intelectuales y seudointelectuales, antiguamente de “izquierda”
(tales como Jean Baudrillard, Jean-François Lyotard y otros en Francia), que abierta
o soterradamente consideran a Marx como “un perro muerto”. El resultado está a la
vista, y no puede ser más lamentable. Desde el punto de vista teórico y analítico, los
nuevos intelectuales se han plegado a las modas en curso, una de las cuales se
presenta con el sonoro nombre de postmodernismo. Esto ha implicado, como obvia
consecuencia, el abandono de cualquier perspectiva crítica al capital, al poder, a la
dominación y a la explotación.
El postmodernismo al que hoy se adscriben los radicales de ayer, se presenta
como una teoría que rechaza los análisis causales, que denuncia los grandes
relatos como totalitarios, que niega la unidad interna de cualquier sistema -
incluyendo al capitalismo, al que no nombra para nada en sus análisis. Para los
postmodernos únicamente existen diferentes clases de poder, opresiones,
identidades y discursos. No sólo rechazan las viejas “grandes narrativas”, junto con
todo el proyecto de la modernidad, la perspectiva de un proyecto de emancipación e
incluso la negación misma de la historia o de que los seres humanos puedan
asumirla conscientemente.
Todas estas críticas, aparentemente profundas y bien elaboradas, sin embargo
presentan una contradicción evidente: el postmodernismo se presenta como una
teoría que expresaría un cambio histórico trascendental y sin embargo abiertamente
se basa en la negación de la historia” (Meiksins Wood, 1995 p. 5-6). De la misma
manera, el postmodernismo que niega la historia difunde un tipo especial de
pesimismo político. Evidentemente, si no existe un sistema que pueda ser analizado
causalmente ni comprendido en su totalidad por un gran relato -es decir no existe el
capitalismo-, no es posible encontrar las raíces de la explotación y de la desigualdad
y por ende no se puede pretender una lucha integral y unificadora contra la
dominación del capital. Como, para los postmodernistas eso no existe, solo se
pueden buscar y encontrar resistencias y luchas aisladas.
Lo paradójico de su pesimismo político radica en que, al mismo tiempo. está
apoyado en una apreciación muy optimista sobre el funcionamiento del sistema
capitalista, o más exactamente con las posibilidades que proporciona su
prosperidad y la generalización del consumo de masas. Aquí, sin embargo, los
postmodernos niegan la historia dc una forma muy vulgar. Ellos parecen haberse
quedado en el período de los treinta Gloriosos (1945-1975), cuando el capitalismo
europeo y mundial conoció una edad de oro de auge y prosperidad, que se
manifestó en las políticas del listado de Bienestar. el pleno empleo y el
mejoramiento material de importantes sectores de la población en los países
occidentales. Es a ese momento que se remite la adoración fetichista del
postmodernismo por el capitalismo, como si la situación actual del mundo fuera
idéntica y no hubiera cambiado sensiblemente en los últimos 20 años. Acaso, los
postmodemos no han notado la manera como el desempleo crece como una
mancha de aceite en Europa Occidental —en toda la Unión Europea se calcula que
hay entre 35 y 40 millones de desempleados-, como resurge la pobreza y la miseria
en las grandes capitales cosmopolitas de la Europa moderna y de Estados Unidos,
como se incrementa el racismo y la intolerancia, como aumenta la desigualdad
social y reaparecen formas de explotación de la fuerza de trabajo propias del siglo
XIX (como sucede en Inglaterra, en Portugal, España, en el sur de Italia, en Estados
Unidos respecto a la eliminación del salario mínimo, la prolongación de la jornada
laboral a 15 o más horas. el trabajo infantil. etc.). el fundamental ahistoricismo de los
postmodernos es tal que para ellos la edad de oro del capitalismo sigue existiendo
en el día de hoy, y de manera impertérrita siguen considerando sus beneficios, pero
no sus grandes contradicciones.
Adicionalmente, una tercera contradicción del postmodernismo consiste en que
ellos denuncian los horrores que ha traído el proyecto de la modernidad, sin
embargo se niegan a considerar los horrores que produce el capitalismo. Los
postmodernos creen que la “economía de mercado” solo se puede juzgar desde el
cómodo punto de vista de los pocos que se benefician del capitalismo y no de las
grandes mayorías que sufren sus costos (Meíksíns Wood. 1995, p.6-7). Por lo que
concierne a Marx, el postmodernismo lo ha tomado como eje central de sus críticas.
Marx es considerado como el producto más extremo de la modernidad, de la idea de
progreso y del proyecto de emancipación. Aunque en esa crítica también involucran
al liberalismo, su consideración al respecto es tan tangencial que prácticamente lo
soslayan. En verdad su crítica en el fondo está dirigida contra Marx y el Marxismo.
Lo que se ataca en Marx, con el pretexto de atacar los grandes relatos, el aná lisis
de la totalidad, la consideración de la causalidad, en última y definitiva instancia es
su crítica del capitalismo.
Por eso no es de extrañar que, otra vez en forma paradójica, el postmodernismo
pretenda hacer invisible al capitalismo, en el momento en que éste se ha
mundializado y sus horrores y miserias son más evi dentes a los ojos de todo el
mundo. El postmodernismo ha contribuido a ocultar el capitalismo y a dar razones a
todos aquellos que consideran que la crítica de capitalismo ya no es legitima ni tiene
razón de ser. En este sentido, el postmodernismo se ha convertido en un poderoso
instrumento ideológico. cuyo objetivo final es bloquear cualquier intento de pensar
contra el capital. Como bien lo dice Ellen Meiksins Wood, estamos en una situación
sin precedentes en la historia del capitalismo, en la que no solamente se nota un
déficit en la acción y la lucha contra la dominación del capital, sino lo que es peor
hay un notable déficit en el pensamiento: “no es únicamente que no sepamos como
actuar contra el capitalismo sino que estamos olvidando incluso como pensar contra
el capitalismo” (Meiksins Wood, 1995, p.11, subrayado nuestro). Por eso, la mejor
manera de combatir el postmodernismo es revitalizar el espíritu crítico de Karl Marx.
El postmodernismo se caracteriza, entonces, por su “amnesia histórica” no sólo
en lo que respecta a la situación actual del “capitalismo realmente existente” que
poco se parece a la visión idílica que de él nos presentan los postmodernos, como
de la historia de las luchas sociales y políticas por la emancipación que han sido
desarrolladas por el movimiento obrero y socialista desde finales del siglo XIX. Así,
algunos de los más caracterizados postmodernistas - a la cabeza de los cuales se
encuentra el exmarxista Jean François Lyotard, animador en la década de 1960 de
un grupo denominado socialismo o Barbarie, del cual, por lo visto, se quedo con la
barbarie capitalista- consideran que las luchas impulsadas bajo ha óptica marxista
han oscurecido las luchas de las mujeres, de los ne gros y de las minorías étnicas.
Esta crítica oculta un hecho sustancial, que las luchas de las organizaciones
socialistas y marxistas han sido combatidas, destruidas, cuando no aniquiladas a
sangre y fuego por el sistema capitalista a nivel mundial. Al respecto se podrían citar
innumerables ejemplos, pero no es la ocasión para hacerlo.
Por fortuna, el postmodernismo difícilmente podrá convertirse en una corriente
de trascendencia a nivel de grandes grupos de población por su muy caracterizado
hiperintelectualismo, con sus codificadas jergas, insoportables e indescifrables para
el común de los mortales. Porque es evidente que cuando la lucha política es
reducida a abstracciones basadas en el lenguaje y en los juegos de palabras, no
hay manera de identi ficar al sistema contra el cual la población debe luchar o contra
el cual los agentes revolucionarios pueden conducir tales luchas. Ese nuevo
lenguaje, que se autodeleita complacientemente en una forma narcisista con sus
propias construcciones lingüísticas, poco contribuye al esclarecimiento de los
problemas del mundo contemporáneo, y, lo que es peor aún, introduce un
vocabulario y unas formas de análisis que oscurece considerablemente el
entendimiento de la realidad más que lo que reve lan o ayudan a esclarecer (Nugent,
1995 p. 124). Así, ya no se habla de capitalismo sino de “economía de mercado”, ya
no existen contradicciones sociales ni clasistas sino “consensos” y nuevos “pactos
sociales”, la democracia ha sido reducida al parlamenta rismo y al ritual electoral, la
realidad no existe pues solo existen construcciones y símbolos lingüísticos.
Entre paréntesis podemos colocar como ejemplo, muy revelador sobre las
“virtudes” del postmodernismo, un hecho que le aconteció a Noam Chomsky. Este
efectuó un viaje a Egipto a mediados de 1993 para dictar algunas conferencias
sobre el nuevo desorden mundial y la situación en Medio Oriente. En una de esas
ocasiones, un postmodernista que se encontraba en el auditorio le pidió a Chomsky
que dejará de hablar sobre la política de Estados Unidos con relación a la región,
por que eso le parecía muy aburrido y vulgar, y que en cambio le “encantaría saber
como los lingüistas van a proporcionar un nuevo paradigma de discurso sobre
política internacional que suplante al discurso postestructuralista”. La situación no
tendría nada de raro, si es que Chomsky no estuviera hablando en un país en el que
la miseria, la violencia, las torturas y asesinatos se han acentuado terriblemente en
los últimos años. Con razón, el propio Chomsky considera deprimente que, en
medio de esa espantosa situación, la preocupación fundamental de los intelectuales
sea la de “involucrarse en las últimas estupideces de la cultura parisina” y ocuparse
de esos debates (Chomsky, 1995, p. 111—112).
Para el postmodernismo no pueden existir luchas integrales antisistémicas
porque no existe ningún sistema, por eso todas las luchas son fragmentadas y
mobiles (Stabile, 1995, p. 97). En esta perspectiva, ningún tipo de lucha puede estar
relacionada con el “esencialismo”, pues eso significa plegarse a los grandes relatos
totalitarios: ni las mujeres pueden vincular su opresión y discriminación a ninguna
forma de explotación de clase, ni los negros o determinado grupo étnico pueden
relacionar el racismo con el capitalismo. Tanto estos, como cualquier manifestación
de lucha social, solo son productos de identidades parciales que no tienen nada que
ver con alguna causa estructural ni con un sistema de dominación total, pues como
vimos ese sistema para los postmodernistas sencillamente no existe. Si una teoría,
específicamente el marxismo, intentan explicar la opresión femenina o el racismo
considerando los elementos estructurales propios del modo de producción
capitalista, inmediatamente será acusado de “esencialista”, “universalista”
“reductivo”y “totalizante” (Stabile, 1995, p. 99-100). Justamente, porque muchos de
los movimientos identitarios no relacionan adecuadamente sus condiciones de
opresión, discriminación y marginalidad con el sistema capitalista de opresión
generalizada, es que han sido víctimas de una fácil cooptación por el mismo
sistema, a lo que conscientemente contribuye el discurso postmoderno.
La defensa abstracta de los “derechos” -típica del postmodernismo-, sin
contextualizarlos adecuadamente en un marco referencial de tipo histórico, político y
económico, ha llevado a que muchos de los movimientos identitarios sirvan y
fortalezcan los intereses de las clases dominantes. Por ejemplo, en el caso de la
mujer, el materialismo histórico, ofrece la posibilidad analítica de vincular el
entendimiento de la naturaleza explotadora del capitalismo con los mecanismos
específicos de opresión y discriminación que padecen las mujeres. Opresión y
discriminación que no puede ser considera igual —como hace cierto tipo de
feminismo — para todo tipo de mujeres. No es igual la discriminación de una mujer
de la burguesía que la que padece una mujer obrera negra en una fabrica de
cualquier país del mundo. En vez de examinar la fragmentación de las identidades
como una causa para celebrar, deberíamos tratar de entender como las identidades
han sido transformadas por el capital en una mercancía de consumo y como el
sistema capitalista ha actuado y continua actuando contra la organización de
políticas socialistas. “En lugar de una identidad que sirve únicamente a pequeños
grupos contra otros en una eterna letanía de competición proclamada contra la
opresión. Necesitamos un más convincente entendimiento de la naturaleza
sistémica de la opresión. Necesitarnos considerar el alcance de lo que representan
las políticas de la identidad, no un cambio sino un producto del sistema, una
manifestación de la segmentación del mercado y de la mercantilización de la
identidad producida por la globalización del capital como un sistema mundial.
Lo que parecen ser estrategias de oposición pueden muy bien resultar ser síntomas
de la opresión” (Stabile, 1995,p. 107).
Resulta particularmente chocante, el oportunismo y cinismo del que han dado
muestras muchos intelectuales postmodernistas del Norte -y algunos de sus
epígonos del Sur- cuando han intentando cooptar para sus intereses la lucha de los
zapatistas en México, a la que han llegado a calificar como el “primer movimiento
político postmoderno”40. Los criterios en los que se basan los intelectuales
postmodernos para intentar apropiarse del movimiento zapatistas son: en primer
lugar, la utilización del Internet y de otras tecnologías de comunicación por parte de
los insurgentes, y principalmente del subcomandante Marcos; en segundo lugar, su
manifestación expresa deque ellos no pretendían el poder sino la democracia, la
libertad y la igualdad; y, en tercer lugar, la reivindicación étnica implícita en el
levantamiento indígena que comenzó el primero de enero de 1994. Estas,
supuestamente serian las características postmodernas del zapatismo, que son
presentadas como antitéticas con todos los movimientos socialistas y étnicos
anteriores a 1989. Sin embargo, es un atrevimiento político, una presunción teórica
y una falta de modestia intelectual pretender que el postmodernismo y sus
intelectuales pudieran originar un movimiento de tan vastas proporciones como el
organizado en el sur de México. La misma esencia y realidad de dicho movimiento
contradice su calificación de postmoderno por parte de las vedettes initelectuales del
Norte (para una elaboración crítica de la presunción postmoderna de calificar al
zapatismo como postmoderno, ver Nugent, l995.p. 127).
No puede ser postmoderno un movimiento político que reivindica la historia de
las luchas agrarias de México - ¿o es que acaso el nombre de zapatistas cayo del
cielo y no tiene nada que ver con Emiliano Zapata y los agraristas de la Revolución
mexicana?- cuando bien sabemos que si por algo se caracteriza el postmodernismo
es por su amnesia histórica; no puede ser postmoderno un movimiento por el simple
hecho que ha manejado hábilmente el internet, el fax, el vídeo, cuando esos
instrumentos tecnológicos no están generalizados ni en México y mucho menos en
el estado de Chiapas, el más pobre y abandonado por el México neoliberal. Si los
revolucionarios han empleado la radio el teléfono, la prensa, o la televisión, desde
cuando estos medios técnicos aparecieron, es apenas lógico que los revolucionarios
quieran y puedan utilizar el Internet en la actualidad ¿Por qué debería dejarse el
internet para uso exclusivo de los grandes conglomerados financieros o para el
beneficio de las causas más innobles? Pretender que el zapatismo es postmoderno
por su reivindicación de la identidad no deja de ser un despropósito, pues eso es
desconocer la historia de más de 500 años de lucha de resistencia de las
comunidades indígenas no sólo de México sino de todo el continente americano
contra la dominación primero colonial y evangelizadora y después de las clases
dominantes herederas de esa dominación colo nial.
La lucha de los zapatistas está -como lo testimonian sus comunicados y escritos,
principalmente los del subcomandante Marcos- anclada en un elemento esencial,
que el postmodernismo niega porque rechaza la historia; ese elemento se llama
memoria, que en el caso de los zapatistas es una memoria telúrica vinculada a la
sabiduría de los pueblos indios y a su particular historia y vínculos con el hombre y
con la naturaleza. Finalmente, no puede ser postulado como postmoderno un
movimiento que plantea abiertamente que no está interesado en tomarse el poder
sino en democratizar la sociedad, cuando está es una reivindicación clásica del
anarquismo de una parte, y, de otra, propia del tipo de democracia interna de las comunidades
indias, en muchas de las cuales no existe ni ha existido Estado.
En síntesis, la calificación de postmoderno de un movimiento genuino de lucha y
reivindicaciones populares, simplemente muestra a las claras las pretensiones
esnobistas de unos intelectuales de academia que creen que sus abstrusos y
enrevesados discursos, que además niegan la historia, la memoria, la realidad y el
capitalismo, pueden originar un movi miento político revolucionario de alguna índole.
No. Lo que el zapatismo ha puesto de presente, justamente es lo contrario, los
resultados nefastos del neoliberalismo, del capitalismo y de la modernización
autoritaria, como se ha ratificado con la actual situación del “milagro de México”,
cuyo sueño de hacer parte del Primer Mundo se convirtió en la pesadilla de
encontrarse otra vez, como siempre, en el cuarto o quinto mundo, mas endeudado y
atrasado que antes.
Considerar al zapatismo como el primer movimiento político postmoderno resulta
igual de cómico que ha calificación que el New York Times hizo del crac financiero
mexicano como la primera crisis económica postmoderna” (Thomas Friedman, “New
Mexico”, New York Times, Marzo 15 de 1995, p. A17, citado en Nugent, 1995, p.
127). Una crisis tan postmoderna que presenta todas las características de las crisis
típicas del capitalismo en un país periférico: un millón de nuevos desempleados en
menos de un año, aumento de la miseria, pauperización de la clase media,
incremento de la deuda externa de México en 50 mil millones de dólares, perdida de
la soberanía sobre importantes empresas y recursos naturales... ¡Tan
“postmoderna” es la crisis del capitalismo salvaje mexicano como “postmodema” ha
sido la rebelión zapatista!. Ahora los intelectuales orgánicos del capitalismo para
ocultar la naturaleza capitalista del siste ma y las resistencias anticapitalistas, nos
brindan de todo: desde crisis económicas postmodernas hasta luchas políticas
postmodernas. ¡Qué más se le puede pedir al postmodemnisno si al fin del al cabo
su principal virtud es hade crear símbolos lingüísticos que no tienen nada que ver
con la realidad y que no poseen ningún referente concreto en el mundo material.
En definitiva, podemos concluir citando las palabras lacónicas, pero
contundentes, de un autor norte americano que, en un libro publicado en 1982 en el
que se presentaban algunas de las diferencias existentes entre el marxismo y el
postmodernismo, afirmaba: “Millones de personas han sido asesinadas porque eran
marxistas, ninguna será asesinada porque él o ella sea un deconstructivista”
(Michael Ryan, Marxism and Deconstruction, A Critical Articulation, Baltimore, MD:
The Johns Hopkins University Press, 1982, p. 1. Citado en Monthy Review, 1996, p.
34.) Si nadie que se reclame como postmodemnista o deconstructivista será
ejecutado en ningún lugar del mundo por profesar esas ideas, sencillamente porque
sus ideas no son anticapitalistas sino procapitalistas, es difícil pensar que los
postmodernistas puedan organizar y dirigir un movimiento anticapitalista y
antineoliberal como el levantamiento zapatista que comenzó en enero dc 1994.
2. El clon ideológico neoliberal hoy predomina en el ambiente la sensación de la
crisis absoluta de los paradigmas teóricos y, aunque la idea es presentada en plural,
sin embargo la referencia se hace extensiva en forma exclusiva al marxismo. Por la
crisis de los paradigmas se afirma que es característica del de las certezas, de los
enunciados universales, de las verdades objetivas. La crisis de la que tanto se habla
“no se extiende más allá de las facultades de filosofía y de algunos libros de moda
que aspiran a agitar y embrollar sentimientos” (Hinkelammert, 1996, p. 236). Porque
en la realidad diaria y cotidiana impera la más absoluta verdad y certeza en los
enunciados del paradigma neoliberal, en la confianza absoluta en el mercado, en el
culto desmedido de la ciencia y la tecnología. y en la creencia neoliberal de que el
capitalismo efectivamente representa el fin de la historia.
Este nuevo paradigma, el que muy pocos discuten o contestan, se presenta
como una verdad teologal que difunde una serie de presupuestos autoproclamados
como verdades universales e irrefutables, ta les como las virtudes redentoras del
mercado, la competencia, el individualismo. Se pregona, igualmente, que las nuevas
tecnologías productivas y de comunicación están produciendo una verdadera
revolución en la vida humana que anticipan los ríos de leche y de miel anunciados
por los profetas, esta vez no los bíblicos, sino por los profetas del u neoliberalismo.
con Friedrich Von Hayek y Milton Friedman la cabeza. En el centro del paradigma
de moda, se encuentra el mercado. Este nunca se pone en cuestión, cuando de
hablar de la crisis de los paradigmas se trata. “feministas, ecólogos, postmodernos,
teóricos del caos, y quienes se quiera: no se encuentra casi nadie que se enfrente a
ese gran dogma de nuestro tiempo: el neoliberalismo con su política de
globalización, sus ajustes estructurales y sus senilidades ideológicas y teológicas.
Es en nombre de ese paradigma que se arroja en contra de todo ser pensante la
tesis de la crisis de los paradigmas” ([Hi nkelammert, 1996, p. 236-237).
Teniendo en cuenta este poder omnímodo y totalitario de un paradigma, el
neoliberal, parece bien curioso hablar de la crisis de los paradigmas en general,
cuando uno reina indiscutible, con sus nuevos dogmas, puesto que la
“postmodernidad está preñada de neodogmatismos” (Guadarrama, 1994, p. 4). Es
significativo que cuando en plena guerra fría la “ciencia” occidental pretendiera
combatir la pretendida certeza del poder de la URSS se difundieran los criterios de
la filosofía de la falibilidad, mientras que ahora que se trata de asegurar la victoria
del paradigma neoliberal, este se haya convertido en una especie de Diainat de la
burguesía. “Es comprensible que esta victoria absoluta de un paradigma produzca
en los otros, en los distintos o quienes lo sufren, la sensación de una ausencia de
certezas, un sentimiento de perdida de paradigmas”(Hinkelamert,1996, p. 237).
Al constatar el predominio aplastante el paradigma neoliberal no tiene
importancia el afirmar -como hacen sus epígonos- que antes los otros paradigmas
actuaron de la misma forma. Eso no arregla ni cambia en nada el problema del
totalitarismo neoliberal y tampoco lo justifica. Una de las consecuencias que se
extrae de la moda sobre la crisis de los paradigmas es que ya se han perdido los
“criterios universalistas de actuar”. Lo característico de esta negación es que ella se
hace desde una perspectiva que universalmente se ha impuesto y es el
universalismo de los criterios del mercado. “Todo otro universalismo ha sido
exitosamente marginado. No obstante este universalismo hoy dominante nos obliga
a una respuesta. Esta respuesta de ninguna manera es posible si empezamos a
creer, a la moda, que todos los universalismos han caído y que hoy existe esta pretendida
pluralidad de racionalidades, interpretaciones, acciones y sentidos de vida.
El mercado no sólo globaliza, también homogeneiza. Desde él, una sola
racionalidad domina” (Hinkelammert, 1996, p. 239-240).
La universalización que postula el neoliberalismo reina nte es abstracta porque,
precisamente, todos los días nos habla de los beneficios que producen, hipotética y
teóricamente, la mundialización del mercado, aunque los hechos cotidianos
demuestren nítidamente que tal universalización solo beneficia a unos pocos, Los
“sueños globales” que alientan las multina cionales, los ideólogos del marketing, los
académicos que viven de simposio en simposio y de cóctel en cóctel, los
economistas y asesores neoliberales de uno y otro continente...en realidad solo son
sueños, porque en la dura y tozuda realidad se convierten en “pesadillas globales”
(Barnet y Cavanag, 1995, p. 25) en estas condiciones es casi surrealista que a
nombre de un paradigma que se ha hecho universal a la brava, se hable de la crisis
de los paradigmas y se combatan las propuestas universales del marxismo y de los
proyectos emancipatorios.
Al respecto, hay que agregar que la tan alardeada crisis del marxismo, es ante
todo una crisis de los intelectuales marxistas, en este sentido es un fracaso
subjetivo, Esta crisis expresa la rendición incondicional ante el poder del capital
transnacional, considerando ahora que cualquier transformación del capita lismo es
imposible. Por eso, muchos de esos intelectuales han decidido “combatir” el
mercado desde dentro, es decir aceptándolo como una condición indispensable y
natural del hombre, aceptando las ayudas caritativas y dadivosas de la banca
mundial y del sistema financiero, concentrándose en las acciones de la “sociedad
civil”, y dedicándose a reivindicaciones puramente locales, que no trasciendan los
marcos exigidos por las ONG’S y las ayudas “humanitarias”. En una palabra, los
intelectuales exmarxistas han decidido aceptar la doctriuia del “posibilismo”, es decir
la “esperanza que vistiendo la moda de seda, se puede dar vida a un pacto social
capitalista y humanista” (Petras y Vieux, 1994, p. 143). Se reivindica un capitalismo
con rostro humano, cuando la mundialización del capital muestra los signos
cadavéricos de la muerte, el verdadero rostro del capital.
Por supuesto que aunque la crisis del paradigma marxista esté asociada a la
crisis de los intelectuales antaño marxistas, eso no significa que el marxismo no este
enfrentado a una permanente crisis, que es una manifestación de su carácter
histórico, y de su apertura teórica, Pero el marxismo conserva, pese a esas
recurrentes crisis y a la necesidad de su revisión permanente, en concordancia con
las transformaciones de la realidad y con la necesidad de estudiar realidades
concretas, un elemento esencial que es su razón de ser fundamental: la crítica
radical del modo de producción capitalista. Mientras exista el capitalismo existirá el
marxismo, pues el segundo no se concibe sin la existencia del primero. Por todo
ello, las afirmaciones triunfalistas sobre la muerte del marxismo tras el derrumbe del
muro de Berlín y la desintegración de la URSS, no tienen mucho fundamento, si se
tiene en cuenta, que la doctrina de Marx y de sus seguidores ha tenido como
objetivo primordial el explicar y transformar el capitalismo. Una vez desaparecida la
URSS, lo que se expande es justamente el capitalismo, que es el objeto central de
las preocupaciones políticas, sociales y económicas de la obra de Marx.
Desde el punto de vista de la historia de las ideas, sin embargo, es pertinente
aprender ciertas cosas del neoliberalismo. En primer lugar, no hay que tener miedo
de estar contra la corriente ni ser minoritario a nivel de pensamiento. Al respecto es
bueno recordar que cuando el neoliberalismo surgió, poco después que la teoría
keynesiana se convirtió en la doctrina oficial del capitalismo mundial, los
neoliberales eran un reducido grupo de economistas, arrinconados en unas cuantas
universidades de Estados Unidos. Pese a eso, durante décadas esos economistas
neoliberales combatieron la ortodoxia keynesiana.
En segundo lugar. los neoliberales se mostraron desde un comienzo
intransigentes en sus principios, en sus ideas, jamás hicieron una concesión fundamental
a sus rivales, a pesar de que sus principios no fue ran retomados por ningún
político importante ni, antes de Chile en 1973, fueran aplicados por ningún gobierno.
Desde este punto de vista, el neoliberalismo es radical e intransigente, no es por
cierto ningún pensamiento “débil”. En tercer lugar, el neoliberalismo atacó aquellas
instituciones erigidas de plena prosperidad capitalista, como el listado de Bienestar,
que en su momento fueron consideradas como intocables e imperecederas; es
decir, el neoliberalismo se atrevió a postular que ninguna institución por fuerte que
parezca debe ser considerada como establecida por siempre (Anderson, 1996. p.
28-29).
Paradójicamente, en la actualidad el neoliberalismo que se ha convertido en
ortodoxia de políticos, inte lectuales, y de casi todos los gobiernos del mundo, incurre
en las mismas prácticas que combatió cuando era minoritario: se considera como la
verdad absoluta, y ha generado unas teorías, instituciones y formas de administrar y
gobernar que proclama como eternas e inatacables. Teniendo en cuenta tanto la
historia del neoliberalismo desde el ángulo de las ideas como su práctica actual de
nueva ortodoxia, los socialistas y los revolucionarios tenemos mucho que aprender
de ello. Hoy, que somos minoritarios, debemos mantener nuestras concepciones,
sin tener miedo de que seamos calificados de retrógrados, dino saurios o mil epítetos
por el estilo. No debemos transigir en nuestras ideas sobre el carácter explotador e
injusto del capitalismo. ni sobre los mecanismos bajo los cuales funciona este
sistema. Y, finalmente, debemos denunciar sin aspavientos el carácter irracional y
pasajero de la contrarrevolución neoliberal, cuyas concepciones. como las del
keynesianismo, no duraran toda la vida. Eso si debemos prepararnos, porque el
neoliberalismo no es un enemigo fácil, por lo que la lucha será prolongada, y en
principio se debe afrontar en el terreno de las ideas y el pensamiento. donde un
marxismo revitalizado y no dogmático puede contribuir a esclarecer los problemas
acuciantes de nuestro tiempo.
REFERENCIAS
1) Artículos
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izquierda”, en Pasos, No. 66. Julio-agosto de 1996.
BURBACH, Roger. “Roots of the Postmodern Rebelion in Chiapas”. New Left
Review, No. 205, 1994, pp. 113-124.
MEIKSINS WOOD, EIlen. “What is the ‘Postmodern’ Agenda? An lntroduction”,
Monthly Review. Julio-Agosto, 1995.
NUGENT, Daniel. “Northern lntelectuals and the EZLN”, Monthly Reviw, Julio-Agosto
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STABILE. Carol. “Postmodemism, Feminism, and Marx:
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2) Libros
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1995.
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HINKELAMMERT, Franz. El mapa del Emperador Determinismo, caos, sujeto, Ed.
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PETRAS. James y VIEUX, Steve. La Historia Temínable. Sobre democracia,
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3) Volúmenes colectivos
The Postmodernism Debate in Latin America, Duke IJniversity Pres, Durham and
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Monthly Review. Marzo de 1 996.
Notas
* Profesor titular Universidad Pedagógica Nacional.
** Versión ligeramente modificada de parte de la presentación de: Renán Vega Cantor. (editor). Marx y el siglo XXI. tina defensa
de la historia y del Socialismo, Ediciones Pensamiento Critico. Bogotá, 1997.
40 Ver, por ejemplo. Burbach, 1994,pp. 113-124. La calificación de los zapatistas como postmodernos aparece más
descaradamente programada en The Postmodernism Debate, 1955. En este libro se consideran como postmodernos los
comunicados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, del que al final se publica un ejemplo
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